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¿Qué es el arte de vivir para mí?

Nací “por accidente”, la tercera hija de una familia humilde, que lo que menos necesitaba en aquel momento, era otra boca más que alimentar. Soy, por tanto, una hija no deseada.

Y puedo mirarlo desde ahí o reformularlo, como ya decidí hacer años atrás, y decirme que “soy fruto del amor y la pasión entre mis padres y que si aun sin buscarme, vine a este mundo y a esta familia, sin duda debe ser por algún propósito mayor”. Y la búsqueda de este propósito y el vivir de acuerdo con él, es lo que ha dado sentido a mi vida.

Ahora me doy cuenta de que cuando yo era pequeña, ya dominaba el arte de vivir. Era una niña feliz con las cosas más sencillas: hablar, cantar, reír y hacer reír, enseñar a mis muñecas, abrazar, el sol en mi cara o el olor de la calle mojada en una mañana de verano…

Mis padres me quisieron, me cuidaron y me dieron lo mejor que tuvieron. De ellos aprendí los valores que me han convertido en la persona que soy a día de hoy: el amor a la familia y a las personas en general, el amor al trabajo, la pasión por la empresa, la honestidad, la generosidad, la humanidad… entre muchos otros. Y en esa construcción de nuestro ego, necesario para salir al mundo, yo añadí la autoexigencia y el reconocimiento externo, con el gran esfuerzo que supone sostener esto en la vida. De sus largas jornadas de trabajo y la falta de atención de mis hermanos, sentí la herida del abandono y del rechazo y construí las máscaras que me permitirían protegerme de los demás.

A los 38 años, después de mucho correr en un esfuerzo constante por cumplir y demostrar a los demás que merecía su atención y reconocimiento, afortunadamente, el cuerpo me paró. Mi espalda, completamente contracturada, me inmovilizó en una cama y allí empezó mi largo camino de búsqueda para volver a reconectar conmigo misma.

Había malentendido que la plenitud y la felicidad venían de afuera, de lo que los demás quisieran darme y la consecuencia fue vivir desde mi energía masculina, en un hacer continuo, luchando en todos los frentes y olvidándome de mis sentidos, de mi cuerpo y de espaldas a la belleza de la vida.

Durante más de 20 años me he dedicado a recorrer el camino de vuelta a casa, a mirar hacia adentro, a reconocerme, a aceptarme y a amarme. Y es aquí, desde mi energía femenina, donde he podido abrazarme, integrar y validar mi luz y mi sombra como dos caras de una misma moneda. En este amor y gratitud hacia quien soy yo, es donde he encontrado la plenitud y la felicidad que durante tantos años busqué fuera.

En este viaje de crecimiento he conocido muchas escuelas y disciplinas, la gran mayoría abogan por la creencia de que el crecimiento es fruto del sufrimiento. El punto de partida siempre es mirar nuestras heridas para entender de dónde vienen y sanarlas. Pero he llegado a la conclusión, de que muchas veces las heridas no desaparecen, que siempre queda una cicatriz más o menos gruesa que nos las recuerda. Y tenemos que continuar viviendo con ellas. Y cuanto más las miramos, cuanta más atención les damos, menos nos permitimos fijarnos en aquellas otras partes de nosotros y del mundo que están sanas, lisas y brillantes. Si el cerebro solo puede albergar un pensamiento en cada momento, indiquémosle que queremos que piense porque según cuál sea el pensamiento, así será nuestra emoción y nuestra acción.

Mi propuesta nace desde la madurez de haber recorrido ya una buena parte del camino. Agradezco todo lo que he vivido, lo que he gozado y lo que he sufrido porque esto me ha llevado a ser quien soy a día de hoy y a tener tanto por ofrecer a los demás. Y en estos momentos, con el conocimiento de lo que más me ha servido, con mi capacidad para convertir lo complejo en sencillo, con la comprensión que tengo de las organizaciones y el comportamiento humano, me atrevo con humildad y convicción a compartir mis aprendizajes y conclusiones.

Podemos vivir nuestra vida desde el esfuerzo o desde el placer. La decisión es nuestra y El arte de vivir consiste en saber decidir cómo queremos vivirla para alcanzar la plenitud y la felicidad, a pesar de las circunstancias internas y externas que todos tenemos.

¿Y tú qué prefieres, sufrir la vida o disfrutarla?